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Economía Política, como disciplina
científica, nace en un momento muy particular de transformaciones políticas,
económicas y sociales, que colaboran al surgimiento del interés por entender en
qué consistía y cómo debía organizarse el intercambio entre humanos para la
satisfacción de nuestras necesidades. Estas transformaciones están íntimamente
relacionadas con la revolución industrial, el surgimiento de los grandes
centros urbanos, la consolidación de los Estados modernos, etc.
En
tiempos antiguos y medievales, aquello de lo que se ocupa la Economía era parte
de la vida privada de las personas. Esto consistía principalmente en cómo
proveerse de alimentos y elementos básicos para la vida humana, actividades que
se resolvían dentro del propio feudo o territorio (como unidad autosuficiente) y
que de ningún modo se creía que pudieran ser fuente de riquezas o intercambio
con otras poblaciones. Por ese entonces, el modo principal de obtención de
riquezas era la conquista de nuevos territorios y el cobro de impuestos a sus
habitantes. De hecho, el intercambio
comercial con otros pueblos estaba sumamente limitado, puesto que cada feudo
tenía su propia moneda, sistema de medidas, circuito de caminos, sistema de
impuestos, etc.
Todo
esto habría de cambiar con la 1ª
Revolución Industrial que tuvo lugar en Inglaterra a partir de 1750.
Consistió en una transformación tecnológica que se produjo en la industria
algodonera británica a partir de la máquina de vapor. Esta nueva tecnología permitió
una producción a gran escala que, en el correr de las siguientes décadas se expandió
por los demás países europeos, revolucionando sus sistemas productivos.
Semejante transformación requirió de la mejora de las rutas de transporte y de
la invención del ferrocarril para el acarreo de los nuevos productos
industriales, así como también para la carga de las materias primas que las
fábricas utilizaban. Del mismo modo, los centros urbanos fueron transformándose
en grandes ciudades modernas, consolidándose como centro para el intercambio de
los productos y también como fuente de trabajo para grandes masas que migraban
desde los campos en busca de oportunidades laborales.
Acompañando
estas transformaciones sociales y económicas, también se vivió una revolución
dentro de lo político. A partir de la revolución francesa, comenzaron a nacer
los primeros Estados modernos, esto
es, Estados cuya administración no estaba guiada por principios religiosos. En
contraposición a los feudos medievales, de organización jerárquica e
inmodificable, donde en lo más alto de la pirámide se situaba un rey que era
designado según un orden divino; en los Estados Modernos que se fueron
consolidando a partir del siglo XIX, la sociedad se organizaba en clases que no
eran estancas, pensando a los hombres como libres e iguales, y con una
autoridad política que gobernaba según leyes hechas por humanos. Lo religioso
pasó así a ser parte de las creencias individuales de cada persona, pero sin
relación directa con el modo en que un Estado debía organizarse. De este modo,
los Estados modernos se disponen por primera vez a diseñar políticas económicas
para organizar e impulsar sus sistemas productivos y sus nacientes industrias,
bajo el mando de un gobierno centralizado y basado en principios racionales.
Claramente
lo anterior no sería posible sin otro fundamental aporte que proviene de la Revolución Francesa, toda vez que
declara a los hombres libres e iguales.
A
partir de todas estas transformaciones comenzó a tomar forma el capitalismo, una forma de organización
económica que busca la reproducción de la riqueza a partir del intercambio
comercial. Lo revolucionario es pensar que la riqueza puede producirse, ya no
extraerse, trasladando el eje de interés de las campañas de guerra a las
fábricas. Algo así nunca habría sido posible sin la revolución productiva que
permitió la máquina de vapor, la posibilidad de pensar Estados que no dependan
de principios religiosos sino mundanos, y la disponibilidad de hombres
formalmente iguales y libres que puedan incorporarse como trabajadores
asalariados en las grandes industrias.
El
capitalismo es entonces un modo de producción que no pretende más que la
reproducción ampliada de capital.
Vale aclarar que por “capital” se entiende a un determinado valor que se
valoriza a si mismo, que tiene esa facultad de ponerse en juego para producir y
aumentar la riqueza. El dinero, por
su parte, muchas veces es invertido y se convierte en capital, sin embargo no
son sinónimos. El dinero es una mercancía determinada que funciona como
equivalente general del valor, permitiendo el intercambio. Cuando lo destinamos
a la producción de una riqueza mayor, ese dinero funciona como capital. Pero
capital también pueden ser otro tipo de valores, como ser la maquinaria, el
conocimiento, los trabajadores, el edificio donde está montada la fábrica, etc.
Me parece muy bueno este blog. Felicitaciones a sus creadores...
ResponderEliminarMuy buen artículo...
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